El Resilient Cities Index, desarrollado por Economist Impact para el año 2023 situó a Santiago como la ciudad más resiliente de la región, con un puntaje general de 66.1 sobre 100 y seguida por Ciudad de México y Sao Paulo, ambas con 62.7. El ranking lo lidera Nueva York con 84.9, seguida por Los Angeles con 84.4 y Londres, con 83.2.
En el análisis, que mide la capacidad de las ciudades para evitar, resistir y recuperarse de desastres naturales y/o sociales, Santiago ocupa el decimoquinto lugar entre 25 capitales del mundo. Del total de ciudades, Santiago destaca junto con Sao Paulo de ser las únicas dos del ranking que cuentan con una matriz energética donde más de la mitad de la generación proviene de Energías Renovables No Convencionales (ERNC), situándose como una de las más avanzadas del mundo en temas de descarbonización. Asimismo, Santiago se instala en segundo lugar en temas de capital humano y nivel de educación de su población, con un puntaje de 85.1 y superada solo por Singapur, con 86.2 en el ranking general.
A pesar de los buenos resultados generales para nuestra capital, el estudio revela también sus puntos débiles. En ese sentido, los dos indicadores en los que Santiago se encuentra más débil son en calidad del aire, donde se sitúa como la séptima ciudad más contaminada de las 25 consideradas, y en la capacidad de integración de la población más vulnerable, ocupando el penúltimo lugar del ranking.
Ciudades resilientes: ¿cómo se mide?
El índice de Resilient Cities 2023 midió a 25 ciudades en cuatro ámbitos de acción: Infraestructura crítica, medioambiente, instituciones y sociedad y economía. Son estos cuatro factores críticos los que determinan la resiliencia de las ciudades y su capacidad de comprender y mitigar las amenazas a las que se enfrentan, ya sea por crisis climáticas o sociales.
De acuerdo con el estudio, la resiliencia tiene tres fases: en primer lugar, preparación y mitigación de crisis, lo que permite comprender los potenciales riesgos, su evolución y la toma de medidas preventivas con el fin de minimizar su impacto es fundamental para evitar catástrofes. La segunda fase es la capacidad de respuesta ante una crisis, con el fin de anticipar reacciones rápidas y asistencia oportuna que permitan disminuir el impacto cuando ocurren desastres y salvar vidas en casos de un evento extremo. La última fase es la capacidad de recuperación, donde se enfatiza la necesidad de aprender de tragedias y reconstruir comunidades más fuertes y mejor equipadas para futuras crisis y tensiones.