Las palomas urbanas no solo forman parte del paisaje de Santiago, sino que también reflejan los cambios ambientales y sociales que ha experimentado la ciudad. Así lo determinó un equipo de la Universidad de Chile, que, a través de un estudio multidisciplinario, evidenció cómo la contaminación y la densidad poblacional han influido en su fisonomía.
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Según Isaac Peña, doctor en Ecología y Biología Evolutiva e investigador U. de Chile, “las palomas son centinelas de lo que nos pasa en esta sociedad moderna y en esta ciudad en expansión”. Este hallazgo forma parte de un Fondecyt de iniciación, en el que colaboran la Dra. Verónica Palma y el Dr. Pablo Sabat.
La evolución del plumaje y su relación con la contaminación
Uno de los hallazgos más llamativos del estudio es la drástica reducción de palomas blancas en Santiago. Una imagen histórica de la Plazuela del Teatro Municipal muestra que, entre 1910 y 1940, aproximadamente el 40% de las palomas eran blancas. Hoy, solo el 2% conserva esa tonalidad.
La causa estaría en la capacidad de las palomas oscuras para tolerar mejor la contaminación. “Las palomas blancas no logran manejar la presencia de metales pesados como plomo, cobre y zinc de la misma forma que las palomas negras o más melánicas, que pueden almacenar estos elementos en sus plumas”, explica Peña.
Además, el equipo descubrió que en zonas de mayor urbanización, como Santiago Centro, las aves presentan un color más oscuro y una mayor expresión de genes relacionados con la coloración.
Islas de calor urbanas y su impacto en las aves
El estudio también analizó el efecto de las islas de calor urbanas en la fisiología de las palomas. Se determinó que el contraste térmico dentro de la ciudad es significativo. En zonas como Cerrillos y Maipú, las temperaturas pueden alcanzar 38ºC en verano, mientras que en sectores como Plaza Elvira Matte en Puente Alto son considerablemente más bajas.
“En verano, las plumas de las palomas reflejan más la radiación infrarroja que en invierno, probablemente por su estructura microscópica. Esto contradice el mito de que los colores claros siempre ayudan a evitar el calor”, comenta Peña.
Palomas más grandes en barrios con alta densidad poblacional
Otro hallazgo del estudio es la relación entre la densidad de habitantes y el peso de las palomas. En lugares con mayor concentración de personas, las aves tienden a ser más grandes y pesadas, lo que sugiere una relación directa con la disponibilidad de residuos alimenticios.
“El número de personas por cuadra es un excelente predictor del peso de las palomas. Esto podría vincularse con la cantidad de basura disponible en el entorno, lo que a su vez está relacionado con la gestión de residuos en cada municipio”, detalla Peña.
Un cambio en la relación entre humanos y palomas
La investigación también reveló un cambio cultural en la relación entre las personas y las palomas. Hasta principios del siglo XX, estas aves eran una fuente de alimento en Chile y se comercializaban en mercados como el Mercado Central de Santiago. Sin embargo, con el tiempo, el consumo de pollo reemplazó a la paloma en la dieta nacional.
“La paloma originalmente vivía en palomares domésticos hasta al menos 1885, según registros de Rodulfo Amando Philippi. Incluso en 1855, el Código Civil chileno las consideraba propiedad de sus dueños”, explica Peña.
Un estudio con impacto global
Parte de esta investigación ha sido publicada en la revista Science of The Total Environment y en la tesis de Tomás Jiménez Padiño, dirigida por Isaac Peña. Además, muestras de plumas han sido enviadas a Australia para ser analizadas por la Dra. Stuart-Fox, referente mundial en el estudio de la coloración animal.
El estudio forma parte del Fondecyt de iniciación 11221062 y del reciente Fondecyt Regular adjudicado por Isaac Peña, que busca profundizar en los efectos del calor urbano en la adaptación de las palomas.
“Todos convivimos con las palomas en nuestra vida cotidiana, y este estudio nos invita a reflexionar sobre el impacto de nuestro estilo de vida en otras especies. Estos cambios han ocurrido en menos de 100 años, lo que demuestra la velocidad con la que nuestras acciones transforman el entorno”, concluye la Dra. Verónica Palma.