“Paciencia, Gratitud, Oración”.
Durante 87 días, el ultracorredor alemán Savas Coban recorrió 5.175 kilómetros de Perú: Lima y sus extensiones, las alturas del Titicaca, las misteriosas líneas de Nazca, la profunda selva amazónica, la cordillera blanca y el desierto costero pasaron por delante de sus ojos.
Todo a pie. En carrera. Corriendo incluso a 5.000 metros de altura. Un empeño físico descomunal. Repitiendo tres palabras en los momentos más difíciles. Más fríos. Más solos.
“Paciencia para saber que los momentos más difíciles iban a pasar. Gratitud porque estaba haciendo lo que quería, lo que era mi vocación: correr. Y oración, para saber cómo continuar”, le dice Coban a BBC Mundo.
Los 87 días que pasó en Perú, en medio de las protestas que se vivieron en el país en enero de 2023, quedaron consignados en el documental “El camino de los sueños”, donde hace un relato visual de su hazaña.
Con motivo de su presentación en el Hay Festival de Arequipa, BBC Mundo habló con él sobre sus motivos para recorrer un país corriendo y qué descubrió en esos casi tres meses en Perú.
Dices en una frase: “Respirar, para las personas que corremos, tiene que ser como hacer música”. ¿Es tu forma de meditar?
Para mí respirar es la mejor forma de meditar. Es hacer terapia. Y lo que pasó durante este viaje a Perú es que durante muchos trayectos me quedé solo. Incluso por semanas.
Entonces la forma en que respiraba debía tener un sentido. Una cadencia. Un ritmo. Básicamente era como hacer música, una música que me acompañara a meditar, porque esta carrera fue una especie de terapia muy larga y dura, donde tuve mucho tiempo para pensar. Para reflexionar.
¿Cuál es la razón por la que te volviste un ultracorredor?
Desde que era pequeño hice muchos deportes. Amo el deporte. Me encanta estar activo.
Y en esa búsqueda de lo que realmente me impulsaba decidí comprarme una bicicleta, una de esas bien baratas, y hacer la ruta desde Hamburgo, en Alemania, hasta Sevilla, en el sur de España, sin saber lo duro o lo exigente que podía ser hacer una ruta de esa dimensión.
Esa experiencia me llevó a los límites de mis capacidades. Y eso me gustó, la idea de que cada día, en esa ruta que desconocía, desafiaba mis límites y probaba lo que era capaz de hacer.
Y decidí que era algo que quería hacer como forma de vida.
Entonces, cuando llegué a Sevilla dejé la bicicleta allá y volví a Alemania. Y comencé a correr, pero mi idea no era correr maratones, porque eso realmente no me retaba lo suficiente.
Elegí entonces correr la distancia que hay entre Hamburgo y Bremen, que son unos 100 kilómetros, en una sola carrera.
Ahí todo cambió: me di cuenta de que podía hacerlo, que podía exigir mis límites cada día.
Así que corrí hasta Múnich. Y después hasta Estambul. Y después decidí correr por todo el Perú.
Pero, ¿ya conocías Perú?
No, nunca había estado allá.
Entonces, ¿por qué Perú?
Esa es una buena pregunta. Empezaría diciendo que ha sido la mejor decisión que he tomado en mi vida. Eso seguro.
Ahora, la forma en que llego a Perú tiene que ver con esto de retarme cada día más.
Después de que terminé el trayecto entre Múnich y Estambul, donde atravesé en 45 días cerca de ocho países, me di cuenta de que mi siguiente reto tenía que darme miedo. O sea, que tenía que estar asustado de ir a ese lugar por todos los desafíos que iba a atravesar.
Y entonces conocí a alguien que había estado en Perú, que conocía el país y la forma en que lo describía sonaba muy parecido al reto que yo estaba buscando.
Después me puse a leer en Google, vi todos los documentales que hay sobre Perú y comencé a comprender este país que tenía montañas, que tenía selva, desierto y que era un desafío perfecto.
Y lo era también en el sentido de que nunca había estado en América Latina. Todo sería nuevo.
Era además lo más lejos que habría estado de casa. Esa sensación de estar apartado, aislado, me inclinó hacia Perú.
Algo que queda claro en esta carrera por Perú es que sufres. Hay dolor. Y dices que el dolor impulsa, que el dolor te desafía. ¿Qué papel jugó el dolor en este recorrido de más de 5.000 kilómetros?
Cada día que estuve en Perú tuve un dolor distinto. Y aunque me costó y sufrí mucho, lo cierto es que eso es lo que fui a buscar.
Cuando estaba en la búsqueda del lugar, yo sabía que estaba buscando uno que me doliera. Que me hiciera sufrir. Un lugar donde yo creciera a través del dolor.
Porque es habitual para las personas que nos dedicamos a ser ultracorredores que, cuando estamos en medio de estos proyectos, nos preguntemos: ¿qué diablos estoy haciendo?, ¿por qué estoy haciendo esto que me duele tanto?
Hay un momento en el documental, cuando estoy corriendo a más de 5.000 metros de altura, donde apenas podía respirar, congelado, con nieve por todas partes, donde se nota que estoy sufriendo, pero a la vez es el mejor recuerdo que tengo de todo el viaje, porque es cuando me estoy obligando a seguir, a no abandonar.
A forzar mis límites, que es básicamente lo que fui a hacer a Perú.
Lo que pasa es que cuando despiertas al otro día, sientes que lo has superado, que tienes un nuevo límite. Es una sensación increíble, como que lograste vencerte a ti mismo. Y yo lo hice varias veces en este recorrido.
Dices que el viaje te cambia, ¿cómo te cambiaron estos 87 días?
A ver, yo no lo sentí como 87 días. Porque hay una gran diferencia entre ir de vacaciones a un país e ir a enfrentarte al país.
Lo que pasó es que los distintos desafíos que tuve que afrontar hicieron que tuviera que salir de mi zona de confort de una forma extrema. No calmada o paulatina, fue extrema.
Y eso evidentemente te cambia para siempre.
A mí afrontar todo ese dolor, todos esos retos, que en algunos casos incluso te aplastan y te sientes totalmente solo y abandonado, me sirvieron para ser mucho más humilde.
El frío, el hambre, el no poder respirar me hicieron darme cuenta de lo que era importante.
Otra cosa es que cuando llegué a Lima, después de atravesar el país, fue una victoria fundamental porque pude demostrar que era posible, pese a los temores de mi familia o de otras personas conocidas que creían que esto era una locura.
Me di cuenta que a partir de ese momento las cosas iban a cambiar con ellos, con su respeto hacia lo que hacía, y de que yo iba a poder continuar con mi empeño de las ultracarreras.
También ver un país tan distinto al mío me hizo poner las cosas en perspectiva.
Por ejemplo, me tocó vivir las protestas de 2023, que es algo que nunca ocurre en Alemania, o sea, que la gente salga a la calle y bloquee las carreteras para conseguir un cambio.
Eso también me hizo pensar en la amplitud del mundo y de lo que ocurre en él.
¿Cuál fue el peor momento de todo este viaje?
Hubo un momento, en los Andes. El equipo de filmación no había podido continuar debido a los bloqueos que había por ese entonces por las protestas contra el gobierno.
Entonces tuve que seguir solo. Sin apoyo. Comienza a llover. Y a oscurecerse. Hacía mucho frío y estaba a casi 4.000 metros de altura, donde cuesta mucho pensar por la falta de oxígeno.
Además toda mi ropa, todos los implementos para dormir, estaban húmedos por la lluvia que no paraba. Realmente pensé que era el momento de dejarlo todo y devolverme a Alemania. Sobre todo porque estaba en un lugar que desconocía.
Pero como lo explicaba antes, fui al Perú a buscar precisamente eso. Entonces me calmé y decidí continuar.
Muchas de las montañas en Perú son lugares sagrados, entornos que sus habitantes veneran... ¿qué le transmitieron en esos momentos que estuvo a solas con ellas?
Yo nunca había estado frente a una montaña así. En Alemania, y especialmente donde yo vivo, no hay montañas, punto.
Y lo que te dan las montañas, y sobre todo unas tan potentes y hermosas como las que hay en Perú, es que cada recorrido te ofrece una nueva visión.
Cada día tenía otro paisaje, igual de potente, igual de bello, igual de impresionante. Entonces mientras vas corriendo y te vas encontrando con estos mundos nuevos realmente lo disfrutas mucho.
Pero a la vez, lo que más sientes es la energía, que tal vez no sientes en otras partes del mundo. Y a pesar de lo difícil que es respirar y correr a 3.000 o 4.000 metros, estas montañas te daban la energía para seguir adelante.
En el silencio de la montaña pude dialogar conmigo mismo para entender que esto que parecía una locura era a lo que me quería dedicar. Que para mí, a pesar de todos los desafíos, correr era mi pasión.
Que no me podía rendir. Nunca. Esa fuerza, esa reflexión, ocurrió en esas montañas.
Una de las cosas a las que más le tenías miedo era a encontrarte con una anaconda, ¿cómo te fue con el tema de los miedos?
(Se ríe) A ver, sí, como nunca había estado en Perú o en un país de Latinoamérica, no tenía muy claro las cosas que me iba a encontrar.
Le tengo pavor a las serpientes y sabía que iba a estar por la selva, así que el miedo estaba allí. Yo pensaba que la selva era como la película de Disney, “El libro de la selva”. Y era otra cosa, por supuesto.
Pero la realidad es que mi encuentro con ese lugar del mundo fue más especial. En el documental se puede escuchar a varios animales que hacían ruido cuando pasábamos por allí y a mí me tocó un encuentro con algunos monos que colgaban de los árboles.
También reconoces sentir miedo cuando sales del centro de Lima y te encuentras con los barrios periféricos de la ciudad...
Lo que me pasó en este viaje es que muchas cosas con las que yo venía mal predispuesto o con temores se derrumbaron en segundos.
Es cierto que una vez comencé a correr, el primer día, pronto me encontré en medio de uno de los barrios, que lucen muy distintos a los que hay en mi ciudad. Y no voy a negar que sentí miedo, pero ocurrió algo muy curioso.
En mi propio país por tener la piel oscura o el pelo como lo tengo las personas me pueden mirar de un modo… no voy a decir raro, pero sí distinto.
Acá, con la piel morena y el pelo como lo llevo, la gente tal vez me vio como uno de ellos y ese miedo se fue desvaneciendo porque las personas comenzaron a tratarme muy bien. Con mucha amabilidad.
Me hicieron sentir como un peruano más.