Tim Hartley BBC, Pyongyang
El fútbol en Corea del Norte parece no despertar la misma pasión que en otros países.
Las entradas para el partido se habían agotado, aunque nadie lo habría sospechado.
A medida que entramos al estadio Kim Il Sung, con capacidad para 50.000 espectadores y dominado por la figura del presidente eterno y gran líder, no se vio demasiada gente.
No había colas, ni barreras, ni puestos de hot dogs.
Pero una vez adentro el panorama cambió. Cada asiento estaba ocupado y fila tras fila había hombres sentados en silencio, todos con el mismo traje negro y corbata roja, todos con una minúscula insignia en la parte izquierda de su pecho.
Una insignia que no era de ningún equipo, sino del gran líder.
Los visitantes extranjeros en Corea del Norte pueden asistir a los mismos eventos deportivos que los locales. Pero el fútbol en este país no tiene la pasión y el glamour que se ven en las grandes ligas europeas y sudamericanas.
Ni cantos ni banderas
La cancha artificial se veía inmaculada a la luz de la mañana de primavera, y el comienzo del partido era a las nueve y media.
Puede que fuese por el temprano comienzo, pero no se escuchaban cánticos ni había pancartas o banderas a la vista; tan solo un sutil rumor entre los oscuros asientos.
Muchos de los hinchas eran soldados en uniformes verdes y sombreros de ala ancha.
No sé si tenían órdenes de ir al partido pero algunos estaban tranquilamente leyendo el periódico y mostraban poco interés en lo que sucedía en la cancha.
El equipo contrario, Amrokgang, pareció más fuerte durante la primera mitad pero fue un partido irregular.
Pyongyang apretó pero fue sancionado con un penal, aunque nadie lo hubiese dicho por la reacción del público: no hubo ninguna.
El entrenador del equipo nacional de Corea del Norte le aseguró a los medios que Mim Jong Il le daba consejos futbolísticos.
La gente que iba conmigo decidió ponerle un poco de ambiente al partido y comenzamos a cantar "uno cero para el árbitro, uno cero para el árbitro…".
La docena de occidentales que nos acompañaban en la zona VIP -a casi US$40 el asiento- se reían de nosotros.
Alguno incluso se nos unió; los locales solo nos miraban. En un país en el que parece que hay que pedir permiso hasta para hablar, esta muestra de individualidad, de espontaneidad, no fue vista ni como maleducada ni agresiva. Tan solo nos miraron.
Creo que pensaban que éramos… bueno, un poco raros.
Nuestro grupo fue intensamente monitoreado durante el partido. Dos guías nos precedían y uno, el señor L, nos seguía de atrás.
Nunca estuvo claro si se ocupaba de nosotros o si se encargaba de que los guías se cerniesen al estricto itinerario y nos mostrasen que todo era color de rosa en esta utopía socialista.
Dos Mundiales
El equipo nacional de fútbol de Corea del Norte usa el nombre del país, la República Popular Democrática de Corea.
Su mejor momento, futbolísticamente hablando, llegó en la Copa del Mundo de 1966, cuando le ganaron a Italia por dos goles a cero y alcanzaron los cuartos de final. También se clasificaron para la Copa de 2010.
En el último mundial, el de Sudáfrica, el entrenador norcoreano, Kim Jong Hun, les dijo a los medios de comunicación que recibía "consejos tácticos de forma regular durante los partidos" de Kim Jong Il, el líder de la nación, "a través de teléfonos móviles que nos son visibles a simple vista" y que fueron desarrollados por el propio mandatario.
Pero al equipo no le va muy bien en estos momentos y no se clasificó para Brasil 2014. Su último partido acabó en un empate a cero contra Cuba.
De vuelta al partido que nos concierne, Amrokang recibió un gol.
Algunos espectadores parecn ir obligados a la cancha.
Otro penal, aunque por qué el árbitro tuvo que consultar con el juez de línea no queda claro: el jugador del Pyongyang fue derribado casi cinco metros dentro del área.
El gol no causó demasiada reacción, la gente se mantuvo silenciosa. Ningún entrenador salió del banquillo, no hubo apretones de manos ni palmadas en la espalda.
Me gusta ver fútbol controlado, pero no así.
Victoria local
Para nuestra sorpresa, hubo entretenimiento durante el descanso.
Una banda apareció desde atrás de uno de los arcos, e inmediatamente apareció otra del otro. Tocaban canciones distintas, aunque a nadie pareció importarle.
El partido continuó y Pyongyang salió al ataque.
La muchedumbre, al final, pareció animarse con la posibilidad de un nuevo gol, que finalmente se produjo después de una serie de pases del equipo local.
Fue el último tiro en el partido más bizarro que vi jamás, y llegó en el minuto 94.
Puede que el árbitro estuviese bajo presión para asegurar una victoria local en el estadio del gran líder... quiero pensar que la gente se fue a casa feliz.
Pero sin emoción aparente en las caras de los hinchas y los soldados, que abandonaban silenciosamente el estadio, realmente no podría decirlo con seguridad.