Berlín Oriental, finales de noviembre de 1987, alrededor de la medianoche. En el sótano de un viejo edificio residencial, Tim Eisenlohr, de 14 años, está engrapando páginas que salen de una impresora contrabandeada desde el Oeste. Él y sus amigos están publicando una revista semilegal sobre los problemas ambientales que aquejan a su estado socialista, la República Democrática Alemana (RDA): contaminación del aire, ríos sucios, lluvia ácida y reactores nucleares peligrosos.
Aislados de Europa Occidental por una frontera fortificada y separados de Berlín Occidental por el Muro de Berlín, intentan difundir información que los censores de Alemania Oriental no quieren que nadie vea.
De repente, la puerta se abre de golpe, y "unos 15 miembros armados de la Staatssicherheit irrumpen en la habitación, algunos con sus armas desenfundadas, dirigidos por un fiscal", recuerda Eisenlohr, refiriéndose a la policía secreta de Alemania Oriental, conocida también como la Stasi. "Gritan: ‘¡Manos arriba, apaguen la máquina, de pie contra la pared!’”.
Los hombres registran y fotografían la habitación, confiscan la impresora y luego uno de ellos pronuncia la famosa y críptica frase de la Stasi usada para llevarse a la gente a interrogatorio: “Has sido convocado para aclarar un asunto.” Uno por uno, Eisenlohr y los demás son metidos en autos y llevados a la sede de la Stasi.
Bautizada “Operación Trampa”, la redada y los arrestos fueron parte de los intentos de la Stasi por aplastar a un grupo de personas que luchaban por un medioambiente más limpio y por el derecho a expresarse.
Las tácticas de la policía secreta iban desde interrogatorios y encarcelamiento hasta juegos mentales extraños. En un incidente, informantes que lograron infiltrarse en el movimiento tomaron café de una despensa compartida sin poner dinero en el fondo común del café, una maniobra psicológica para sembrar conflicto y desconfianza dentro de los grupos.
Un plan frustrado
Ese plan no funcionó, ni la manipulación psicológica, ni la represión drástica . Al contrario: la Operación Trampa se convirtió en uno de los muy raros casos en los que la Stasi se vio obligada a dar marcha atrás.
Enfrentándolos estaba un pequeño grupo de autodenominados pacifistas y “eco-nerds”, que imprimían una revista con una tirada de apenas unos cientos de ejemplares y que regularmente se quedaban sin tinta. Incluso el Congreso de Estados Unidos intervino en un momento y se puso del lado de los productores de la pequeña revista. ¿Cómo sucedió todo esto?
Entrevistas con disidentes de esa época y los informes internos de los archivos secretos de la Stasi, que se abrieron después de la caída del Muro de Berlín, cuentan la sorprendente historia de cómo un pequeño movimiento ambiental logró enfrentarse a una poderosa dictadura, y, al final, ganó.
"En realidad crecí como un niño bastante normal en la RDA, pero en una familia donde se nos animaba a hacer preguntas", dice Eisenlohr. Sus padres habían comenzado a volverse escépticos del régimen. La familia amaba a los animales, y su apartamento en Berlín siempre estaba lleno de “algo revoloteando”, recuerda, como pájaros rescatados e, incluso en una ocasión, un cerdo.
Eisenlohr pasaba el mayor tiempo posible al aire libre, observando pájaros y castores, camuflándose con una sábana en invierno para ver a los animales en la nieve.
En teoría, una pasión así por la naturaleza debería haber estado alineada con los objetivos declarados de Alemania Oriental: el cuidado del medioambiente estaba consagrado en la constitución de la RDA. En la práctica, sin embargo, industrias estatales y el uso intensivo de lignito (carbón marrón) como fuente de energía contaminaban el aire y el agua.
La contaminación era tan grave que perjudicaba la salud de las personas y los niños de Alemania Oriental crecían con una función pulmonar peor que los de Alemania Occidental. Por supuesto, en los países democráticos de los años 80 también hubo escándalos ambientales: Alemania Occidental vertió desechos tóxicos en Alemania Oriental, y agentes de inteligencia franceses bombardearon un barco de Greenpeace para despejar el camino para pruebas nucleares.
Pero en Alemania Oriental, sin prensa libre ni libertad de opinión, resaltar siquiera problemas ambientales básicos era un tabú. En los días en que Berlín Occidental imponía una alerta de esmog debido a los altos niveles de contaminación, un periódico en Berlín Oriental informaba de "cielos despejados y sol". Los datos ambientales se consideraban un secreto de Estado en la RDA, las reuniones de activistas estaban prohibidas y criticar al Estado era castigado con hasta 10 años de prisión.
“La fórmula básica de cualquier dictadura es, primero, difundir mentiras y suprimir la verdad. Y segundo, destruir cualquier tipo de solidaridad, cosa que al final ya ni siquiera te importe si arrestan a tu vecino y simplemente te mantienes en silencio”, dice Christian Halbrock, uno de los cofundadores de Umweltblätter, la revista ambiental impresa en el sótano del edificio residencial de Berlín Oriental que Eisenlohr ayudó a publicar.
"No queríamos vivir con esas mentiras diarias, queríamos vivir con la verdad y demostrar con nuestro propio estilo de vida auténtico y verdadero que estábamos comprometidos con eso".
Una publicación disfrazada de boletín de iglesia
Los Umweltblätter –que en alemán significa folletos medioambientales– eran un intento por contrarrestar la desinformación con hechos. Sus titulares iban desde "Mar Báltico: La cloaca de la nación", pasando por "Chernóbil está en todas partes" (en que abordaban el riesgo de la energía nuclear), hasta cuestiones relacionadas con la libertad de expresión.
Para imprimir revistas o libros para el público general en la RDA, uno tenía que solicitar una licencia de impresión a las autoridades. Si eso se aprobaba, se proporcionaba el papel. Como esa licencia, y por ende el papel y la tinta, generalmente solo se otorgaban para publicaciones aprobadas por el Estado en Alemania Oriental, producir cualquier medio alternativo era difícil incluso antes de que se iniciara el proceso de censura como tal.
La revista Umweltblätter logró esquivar esta prohibición efectiva de medios libres: se imprimía en el sótano de un pastor liberal en los alrededores de la Iglesia de Sion y llevaba la frase "solo para uso interno de la iglesia".
Como parte de un compromiso con el Estado, las iglesias podían imprimir documentos internos. En realidad, la revista circulaba ampliamente, pasando de mano en mano y se leía mucho más allá de Berlín.
La tinta era introducida de contrabando por simpatizantes occidentales que venían de visita.
La trampa
También en el sótano, y gestionada por los mismos activistas, había una biblioteca ambiental abierta al público, con libros que eran introducidos de contrabando desde Alemania Occidental. "Nosotros siempre intentamos empujar los límites de lo posible", dice Eisenlohr.
En otros lugares de la RDA, la gente también ponía a prueba los límites del Estado con acciones ambientalistas, ya fuera plantando árboles, recolectando basura o recorriendo ciudades en bicicleta para protestar contra la contaminación del aire y promover el transporte sin coches. La Stasi mantenía a todas esas agrupaciones bajo la mira, incluyendo una operación de vigilancia en contra de los ciclistas bautizada con el nombre en clave "Ventil" o "Válvula", en alusión a la válvula de la bicicleta.
"A diferencia de hoy, donde el cambio climático aún se siente un poco abstracto para muchas personas, en ese entonces, podíamos sentir la destrucción con todos nuestros sentidos", recuerda Gisela Kallenbach, una ingeniera química quien trabajó en el Instituto de Investigación en Leipzig, y era tanto una activista medioambiental como miembro de la comunidad de una iglesia progresista.
"Básicamente podíamos saborear el dióxido de azufre en el aire, podíamos ver el esmog, podíamos oler los ríos que se habían convertido en cloacas abiertas. No podíamos ignorarlo, estaba con nosotros todos los días".
Sin embargo, incluso intentos cuidadosos por relevar estos problemas podían tener consecuencias dramáticas.
En 1983 Kallenbach y un colega elaboraron un póster sobre la contaminación y lo colgaron en el pasillo del instituto. Sabiendo que la información ambiental era considerada un secreto de Estado, ella solo usó datos comprobables de libros científicos ya publicados en la RDA. De esa forma, pensó, no podría ser acusada de publicar información secreta. En cualquier caso, el póster era algo interno y sólo sería visto por la gente en el instituto.
"Normalmente, nadie miraba esos carteles internos, pero la noticia de éste corrió como la pólvora. La gente empezó a agolparse a su alrededor", rememora.
Después de dos horas, un oficial del Partido Socialista ordenó quitar el cartel. Al día siguiente, el funcionario convocó a Kallenbach y a su colega y les pidió que se disculparan. Ella no vio ninguna razón para disculparse por mostrar hechos científicos y se negó a capitular, dice. En respuesta, la Stasi la puso bajo vigilancia junto a otros activistas. A medida que crecía su activismo ecologista y pacifista, la policía secreta acabó por incluir a Kallenbach en una lista de personas que serían enviadas a campos de internamiento en caso de represión gubernamental.
También la amenazaron veladamente con que sus tres hijos sufrirían si seguía hablando.
"No se trataba sólo de proteger el medioambiente", sostiene Kallenbach. "Por la forma en que el Estado intentaba reprimirnos, también se trataba de derechos humanos básicos, de cuestiones como: '¿Puedo expresar mi opinión libremente? ¿Puedo compartir hechos sobre nuestra situación? ¿O todo eso es perseguido y castigado?'".
Fue en ese clima de alta presión, creciente oposición y contundente represión que la Stasi puso en marcha la Operación Trampa.
A la edad de 14 años, Eisenlohr era el miembro más joven del grupo, pero ya había experimentado años de fricciones con el Estado. Empezó cuando tenía sólo 8 años y vio una serie estadounidense acerca del Holocausto emitida por la televisión del Alemania Occidental y vista en secreto por muchos habitantes de la RDA.
Preguntándose cómo era posible que los seres humanos se quedaran impávidos mientras otros cometían tanta maldad, comenzó a notar algunos paralelismos inquietantes con su propia sociedad.
“Los nazis eran un nivel de maldad diferente, sin duda, pero me molestaba que nosotros, que se suponía debíamos construir una nueva Alemania, estuviéramos usando algunos métodos similares” dice Eisenlohr. En particular, la presión para conformarse desde la infancia y seguir ciegamente a un líder lo perturbaba profundamente. “Era como una especie de picazón que no desaparecía y me molestaba cada vez más”.
A los 12 años, como postura contra el conformismo, Eisenlohr decidió dejar los Jóvenes Pioneros, el grupo juvenil socialista para niños de la Alemania Oriental. Sus maestros le advirtieron sobre las consecuencias. No podría ir a la universidad y tendría que olvidarse de su sueño de ser veterinario. Pero esa presión solo le dio mayor determinación, asegura. A medida que aumentó su contacto con los activistas, comenzó a ayudar en la biblioteca y en la revista.
El 24 de noviembre de 1987, sin que Eisenlohr lo supiera, los miembros veteranos del grupo tenían un plan secreto. Esa noche, en vez de imprimir la usual y parcialmente legal revista, iban a ir a ayudar a otro grupo a imprimir una publicación mucho más clandestina, llamada Grenzfall, "caso límite". En los ojos de la Stasi, Grenzfall era "ilegal y difamatoria". Sus copias aparecieron en lugares tan lejanos como Moscú, Praga, Varsovia y Budapest.
Cuando la Stasi se enteró del plan a través de un informante, vieron una oportunidad de oro para arrestar a los activistas en el acto mismo de la impresión.
Pero a último minuto, el grupo abandonó el plan: Eisenlohr estaba con ellos y los activistas no querían poner en riesgo a un menor de edad. Así, cuando la policía secreta irrumpió, el grupo no estaba haciendo nada ilegal.
Eso no hizo ninguna diferencia para la Stasi, quienes de todas formas arrestaron a todos los presentes. Ese sería el inicio del desmoronamiento de la Operación Trampa.
"Lo escuché a primera hora de la mañana en la radio de la Alemania Occidental", dice Halbrock, quien estaba en otra reunión cuando ocurrió el arresto. Muchos otros en el Este escuchaban secretamente los medios occidentales. La iglesia, una institución poderosa por derecho propio, estaba furiosa. La redada incluyó el apartamento privado de un pastor que apoyaba el proyecto, lo que fue visto como una intrusión escandalosa.
El influyente periódico de Alemania Occidental BILD-Zeitung publicó un artículo que se preguntaba "Stasi en la Iglesia, grupo pacifista arrestado: qué está pasando en Berlín Oriental.
Una protesta en solidaridad surgió espontáneamente en Berlín Este. El temido jefe de la Stasi, Erich Mielke, sopesó el asunto e instó a sus colaboradores a reprimir a los simpatizantes.
Halbrock, de pie en medio del frío implacable y protestando en contra del arresto de sus amigos, no podía creer lo que estaba viendo. "Teníamos a adolescentes sumándose (a la protesta solidaria), y también a gente de edad. Alguien de una panadería incluso nos trajo unos panecillos", recuerda.
"En Alemania Oriental, ese tipo de apoyo público era inusual. Generalmente la gente nos decía: '¿Están locos, arriesgando pena de cárcel por semejante tontería?' Pero en esa oportunidad logramos romper esa sensación de aislamiento".
La mano de EE.UU. y el retroceso de la Stasi
Incluso EE.UU. se involucró: una resolución del Congreso de ese país expresó su preocupación por los arrestos. El momento en que estos ocurrieron también fue crítico. En diciembre de 1987, poco después de la Operación Trampa, el presidente de EE.UU. Ronald Reagan, y el líder soviético, Mijaíl Gorbachov, se reunieron para una cumbre crucial en Washington. A principios de ese año, Reagan había desafiado a Gorbachov a derribar el Muro de Berlín.
Ante el desastre de la Operación Trampa –arrestar a personas que no hacían nada ilegal, no lograr detener las protestas que siguieron a las detenciones, enfurecer a la Iglesia, arrestar accidentalmente a un menor de edad, no tener pruebas de actividades criminales y tener a periodistas extranjeros informando sobre todo eso al mundo en un momento en que la RDA ya estaba sumida en el caos–, el Estado se vio forzado a dar un paso atrás.
El jefe de la Stasi, Mielke, canceló la orden de detención para los dos activistas que aún estaban detenidos.
Eisenlohr ya había sido liberado la mañana siguiente a su arresto y llevado de vuelta a casa por la Stasi: "Me dejaron en casa y me dijeron: 'No menciones esto a nadie en la escuela'".
Para la Stasi, ese estaba lejos de ser el final. Su personal pasó meses escribiendo informes sobre la misión fallida y las protestas y lanzó más operaciones de vigilancia para manejar los efectos del asalto, todo por una misión que, muy brevemente, capturó a siete personas y una impresora.
Como resume Halbrock: "El asalto fue un total fiasco vergonzoso para la Stasi". En su opinión, expuso la debilidad de todo el sistema. "La dictadura de la RDA era como un reactor nuclear, todo estaba tan estrictamente controlado y regulado que incluso una pequeña alteración –como este asalto que salió mal– podía causar un mal funcionamiento masivo", dice.
–¿Y la biblioteca y la revista? "Continuamos, por supuesto", dice Halbrock.
Ya había soportado muchas detenciones e intentos de intimidación, había sido golpeado reiteradamente por la policía e interrogado por la Stasi. Su estrategia general era ignorarlos.
Cuando se le preguntó si había notado que la Stasi estaba manipulando el fondo de café de su grupo para desorientar a los activistas, encogió los hombros: "Siempre hacían ese tipo de cosas. También cosas como entrar en tu apartamento y llevarse un montón de llaves, solo para hacerte saber que habían estado allí. Yo siempre lo ignoraba. Sabía que querían que tuviera miedo, y que compartiera ese miedo con los demás y no quería darles esa satisfacción".
Las detenciones trajeron a la biblioteca y a su revista una publicidad sin precedentes.
"Para el Estado, toda la operación fue un fracaso total", dice Eisenlohr. "Antes, nadie en la RDA tenía idea de quiénes éramos. Pero ahora mucha gente lo sabía, porque veían la televisión o escuchaban la radio alemana occidental y venían a nosotros en masa".
Por separado, el impulso hacia el cambio se estaba consolidando debido a enormes fuerzas globales y sociales, como señala Kallenbach: las reformas en la Unión Soviética; la economía en colapso de la RDA; las masas de personas intentando escapar; el movimiento de solidaridad en Polonia y, finalmente, las manifestaciones masivas donde la gente tomó las calles. Luego, una conferencia de prensa sobre reformas de viaje desató una estampida en la frontera y la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989.
"El movimiento ambiental fue, en última instancia, una pieza más en el enorme mosaico de la revolución pacífica", dice Kallenbach.
El periodo de transición que condujo a la reunificación alemana el 3 de octubre de 1990, y más allá, trajo nuevos logros para el medioambiente. Más del 4% del territorio de la antigua RDA fue convertido en reservas naturales, incluida la antigua franja de la muerte a lo largo de la frontera. Se liberaron datos ambientales previamente secretos. El aire y los ríos finalmente fueron limpiados.
Para Eisenlohr, uno de los logros más importantes del movimiento fue simplemente atreverse a luchar por el cambio: "Muestra el poder de los pocos”.
Kallenbach, Eisenlohr y Halbrock siguen apoyando causas ambientales y de derechos humanos hasta el día de hoy. Kallenbach, ahora de 80 años, ha marchado con activistas climáticos de Fridays for Future. Eisenlohr visita escuelas en Alemania Oriental para hablar sobre el cambio climático y su experiencia como disidente. Halbrock estudió historia después de la caída del muro, tras haber sido impedido de asistir a la universidad en la RDA. En un giro inesperado, luego trabajó en el archivo de la Stasi, donde las víctimas y los investigadores pueden acceder a los archivos liberados. Halbrock también ha escrito varios libros sobre la Stasi y la RDA.
Para él, uno de los recuerdos perdurables es la valentía de los jóvenes en los años 80, que simplemente estaban hartos del régimen y decidieron defender sus derechos. "David Bowie capturó ese espíritu de la época perfectamente con su canción Héroes" dice Halbrock. "Ese sentimiento de: hagamos algo. Seamos héroes. Incluso si es solo por un día".