En un rincón de los Alpes italianos, una cola de sudaneses y afganos se cambian las sandalias por botas de montaña y las chanclas por zapatillas de deporte resistentes, preparándose, esperan, para su viaje hacia la libertad.
Son los recién llegados hoy (unos 150) a un campamento improvisado en la pintoresca ciudad de Oulx, que es atendido por voluntarios locales. Allí entregan abrigos donados a los migrantes para ayudarles a sobrevivir a las temperaturas de la montaña en el arduo viaje que les espera.
Porque incluso aquí, después de haber llegado a Italia desde toda África y Medio Oriente, estos grupos de hombres, en su mayoría jóvenes, quieren ir a Francia y más allá. Más de 130.000 inmigrantes han entrado en Italia este año, casi el doble que en el mismo período de 2021, tras un aumento de llegadas en barco a la isla de Lampedusa, en el sur de Italia.
El número de personas que viajan al norte, a la frontera con Francia, se ha duplicado en los últimos meses. Pero las autoridades francesas están deteniendo y haciendo retroceder a inmigrantes indocumentados, tras haber reintroducido controles en su frontera con Italia y suspendiendo partes de las regulaciones del acuerdo Schengen de libre movimiento.
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó recientemente que las devoluciones violan la ley de la UE y que los migrantes detenidos deberían estar sujetos a una decisión oficial de retorno, y añadió que la expulsión forzosa sólo debería ser "un último recurso".
Uno de los que intenta viajar a Francia es Omar, de Nigeria, que pasó meses en Libia antes de pagar a los contrabandistas el equivalente a US$800 dólares para realizar el peligroso viaje a través del Mediterráneo hasta Lampedusa.
Desde allí, lo trasladaron a dos campos de migrantes en otras partes de Italia, antes de lograr, dice, salir de allí y caminar hasta la frontera francesa. Ahora su objetivo es llegar al Reino Unido. "Sólo quiero tener una buena vida y estudiar allí", asegura con el pie vendado por una herida que se hizo en el mar.
Le pregunto si ha visto fotografías o escuchado historias de inmigrantes económicos a quienes se les negó asilo en Francia o el Reino Unido y fueron enviados de regreso.
Lo ha hecho, dice, pero incluso si corre la misma suerte, lo intentará de nuevo.
"Si tengo que regresar a Nigeria mis padres estarán muy tristes porque sus sueños no se habrán hecho realidad", añade.
Algunos fracasan pronto. Presenciamos cómo un coche de la policía italiana se lleva a un migrante egipcio, capturado antes de que pudiera cruzar, de regreso al campamento improvisado.
Pero los controles en este lado de la frontera son raros, y Elena, una voluntaria, asegura que solo los ha visto dos o tres veces en los dos meses que lleva allí.
¿Entonces la policía italiana está haciendo la vista gorda?
"Saben exactamente lo que estamos haciendo aquí, saben exactamente para qué están aquí estas personas, así que de alguna manera es como un juego", dice. "Lo saben, pero fingen no saberlo".
Le dije que algunos considerarían que su trabajo fomenta la migración ilegal. La semana pasada, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, criticó al gobierno alemán por financiar ONG que ayudan a los inmigrantes en Italia, denunciándolas como "un factor de atracción".
"No me importa", dice Elena. "Si ves a alguien que necesita algo y conoces los riesgos en las montañas, ¿vas a dejar que la gente camine así? Es responsabilidad de toda Europa".
Tras un corto viaje en autobús hasta la ciudad de Claviere, los inmigrantes llegan a la frontera. Pero, por miedo a la policía, la mayoría evita la carretera que lleva al paso fronterizo oficial.
En cambio, se dispersan por el bosque, se esconden y esperan para cruzar las montañas, lejos de las miradas indiscretas. Envueltos en niebla y con temperaturas que descienden rápidamente, los peligrosos caminos rocosos ya se han cobrado varias vidas.
Otros buscan rutas alternativas, a cuatro horas de viaje hacia el sur, en la ciudad costera italiana de Ventimiglia, cerca de Niza.
Aquí, los inmigrantes acampan en la estación y prueban suerte en un tren transfronterizo. Pero los controles de Francia son estrictos. La policía francesa detiene todos los trenes que llegan desde Italia, pide documentos de identidad a los pasajeros e incluso revisa los baños en busca de polizones.
En un vagón, un puñado de africanos son capturados sin documentos y conducidos para ser enviados de vuelta a Italia, desde donde casi con seguridad lo intentarán de nuevo.
El rápido aumento de la llegada de inmigrantes está enfureciendo al alcalde de Ventimiglia, Flavio di Muro, del partido de extrema derecha Liga. Critica la suspensión por parte de Francia de la zona de libre circulación Schengen en esta frontera, que ha facilitado los controles y las devoluciones.
"La UE no está funcionando", lamenta. "Cada país establece sus propios límites migratorios e Italia tiene que soportar la carga sola. He puesto guardias armados en el cementerio porque los inmigrantes entraban a escupir en las tumbas, orinar y destrozar los baños", afirma.
"Hemos llegado a nuestro límite. Podríamos convertirnos en la Lampedusa del norte".
En la frontera alpina, en Claviere, la temperatura desciende rápidamente a medida que avanza el otoño. Por la noche, grupos de migrantes se apiñan bajo el refugio de la iglesia, donde algunos encienden fuego para ayudar a pasar las horas hasta su intento de cruzar las montañas sin ser detectados.
Los trabajadores de la Cruz Roja vienen a distribuir alimentos y agua y cuentan cómo algunos migrantes a los que han encontrado han necesitado que les amputaran los dedos después de sufrir congelación.
Entre los bosques de los Alpes y los ferrocarriles de Ventimiglia está surgiendo un nuevo cuello de botella en Europa. E, independientemente de lo que parezcan hacer los líderes del continente, la determinación de los desesperados está resultando imposible de sofocar.