Todos, de vez en cuando, tenemos hipo. Y, a veces, parece que no se fuera a pasar nunca.
El hipo consiste en contracciones involuntarias del diafragma -el músculo que separa el tórax del abdomen, que juega un rol crucial en la respiración- seguidas de un cierre repentino de las cuerdas vocales.
El término médico para el hipo es singulto, una derivación de la palabra del latín singult, que significa "recuperar el aliento mientras se llora".
Para la mayoría de nosotros, el hipo es algo molesto que no dura mucho tiempo. Pero en algunas personas puede ser persistente y prolongarse por más de dos días.
La buena noticia es que hay formas simples de aliviar el hipo común y tratamientos para cuando es persistente.
¿Qué causa el hipo?
El hipo está causado por un arco reflejo: una vía neuromotora que traduce una sensación en una respuesta física. Las sensaciones en este arco provienen del cerebro, el oído, la nariz y la garganta, el diafragma y los órganos del pecho y el abdomen.
Las señales de la sensación viajan a una parte del cerebro que, junto con la parte superior de la médula espinal, se conoce como "centro del hipo".
Desde el centro del hipo, las señales regresan al diafragma y los músculos que están entre tus costillas (músculos intercostales), lo cual hace que se contraigan.
La contracción de estos músculos atrae aire a los pulmones y esta inhalación repentina hace que la abertura entre las cuerdas vocales, o glotis, se cierre herméticamente. Este cierre rápido produce el típico sonido del hipo.
Factores desencadenantes
Todo lo que afecte al arco puede provocar hipo. El desencadenante más común es el estiramiento del estómago que se produce cuando comemos un plato abundante o consumimos bebidas gaseosas.
Esto quiere decir que las señales de la sensación que tenemos en el estómago pueden desencadenar el arco reflejo.
El chile picante, el alcohol, fumar y la sobreexitación también pueden desencadenar el arco reflejo y provocar hipo.
También se ha observado hipo en fetos sanos durante econgrafías prenatales de control. De hecho, algunos investigadores creen que el hipo es un mecanismo que ayuda a los pulmones a prepararse para respirar poco después del nacimiento.
¿Cuánto tiempo dura? ¿Y qué podemos hacer al respecto?
Un ataque de hipo que dura menos de 48 horas no suele ser preocupante. Este tipo de ataques tiende a terminar por sí solo.
Cuando no se resuelve solo, hay formas de suprimir el arco reflejo. Se cree que la maniobra de Valsalva (explicada en el gráfico de abajo), ingerir bebidas heladas, y presionar levemente los globos oculares pueden aumentar la actividad del nervio vago que va hasta el cerebro.
Maniobras como volver a respirar en una bolsa de papel o de plástico funcionan aumentando la concentración de dióxido de carbono en la sangre. Esto ayuda a suprimir los movimientos de los músculos asociados con el hipo.
Sin embargo, esto conlleva un riesgo pequeño pero grave de ataque cardíaco, por lo que solo debe realizarse bajo supervisión médica.
Aún así, hay evidencia muy limitada de que estas maniobras e intervenciones funcionen.
¿Cuándo debemos preocuparnos?
Si el hipo dura más de dos días, se lo llama hipo persistente. Si dura más de dos meses, se conoce como hipo intratable. El hipo persistente y el intratable, conocidos colectivamente como hipo crónico, puede ser angustiante y puede significar que hay una causa subyacente. Por eso es imporante consultar al médico.
A las personas con hipo crónico se las somete a un estudio completo. La historia médica suele brindar claves valiosas sobre los desencadenantes. Ciertas medicaciones, como los fármacos antiepilécticos, el alcohol, el tabaco y las drogas recreativas, están asociadas con el hipo.
Como los órganos en el tórax y el abdomen están involucrados en el arco reflejo, es posible que se requieran investigaciones de estos órganos, como imágenes de los pulmones o una endoscopia superior (donde se inserta un tubo con una cámara diminuta en la garganta para ver el tracto digestivo superior).
Un estudio llevado a cabo en Francia encontró que el 80% de los pacientes con hipo crónico tenían anomalías en el esófago y el estómago, siendo la enfermedad por reflujo el hallazgo más común.
Tu médico también te revisará los oídos, la nariz y la garganta, ya que la irritación del oído provocada por un cuerpo extraño o una infección de la garganta también pueden ser factores desencadentantes para el hipo.
Probablemente se necesite hacer un diagnóstico por imágenes del cerebro, especialmente si hay signos preocupantes, como cambios en el habla y debilidad de los músculos faciales y en los de las extremidades.
¿Cómo se trata el hipo crónico?
Luego de una investigación exhaustiva, se debe tratar la causa subyacente, siempre que sea posible.
Las personas que sufren de hipo suelen tener problemas con el reflujo gástrico, con lo cual el tratamiento puede incluir medicamentos para el reflujo por un corto tiempo.
Otros fármacos con una sólida base de evidencia que se usan para tratar el hipo incluyen el medicamento contra las náuseas metoclopramida y baclofeno, que se usa para tratar la espasticidad muscular (la tensión o el tono excesivo).
También hay cada vez más evidencia de que el gabapentin, un fármaco que se usa para tratar convulsiones, puede ser efectivo para el hipo.
¿Qué tratamientos podríamos ver en el futuro?
Investigadores desarrollaron recientemente un tubo rígido para beber con una válvula de entrada que requiere un esfuerzo de succión activo para extraer agua de un vaso hacia la boca. Este tubo se conoce por sus siglas en inglés, FISST.
Se cree que FISTT ayuda a parar el arco relfejo del hipo al estimular los nervios sensoriales para provocar la contracción del diafragma y la glotis.
En un estudio, de los 249 participantes que probaron FISST, poco más del 90% reportó resultados mejores en comparación con los remedios caseros.
Sin embargo, la investigación de FISST no ha comparado hasta el momento sus resultados con un grupo de control que no recibió el tratamiento, con lo cual no está claro qué tanto más efectivo es que una versión placebo.
*Vincent Ho es profesor asociado y gastroenterólogo clínico de la Western Sydney University.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí si quieres leer la versión original.