Kim Jong-un, el líder norcoreano de 32 años de edad, no se ha dejado ver en público desde hace 40 días, lo que ha generado numerosas especulaciones sobre la estabilidad política de un régimen famoso por su secretismo y falta de transparencia.
Que no asistiera a dos importantes eventos públicos –el aniversario de la fundación del Partido Coreano de los Trabajadores, el 10 de octubre, y el día de la fundación de Corea del Norte, el 9 de septiembre–, fue interpretado por muchos como un síntoma de posibles problemas políticos detrás de las cortinas.
Los medios norcoreanos oficiales han citado "malestares" privados no especificados como la causa de las ausencias de Kim.
(Este lunes el embajador de Corea del Norte en Reino Unido, Hyon Hak Bong, le dijo a la BBC que Kim estaba en buen estado de salud. "De eso no hay ninguna duda", dijo pero no quiso dar mayores explicaciones sobre las ausencias del líder).
Especulaciones de todo tipo
Analistas extranjeros han especulado, con base en muy poca evidencia empírica, que estas ausencias pueden haber sido provocados por diversas razones.
Entre ellas, incluyen gota, diabetes, lo mucho que fuma el joven líder, una lesión de tobillo sufrida durante una reciente inspección militar y, más recientemente (según el testimonio de un doctor alemán que se encontró con Kim), problemas sustanciales de su sistema endocrino y órganos internos.
Y los problemas de salud son una explicación plausible para la decisión de Kim de mantenerse lejos del ojo público; un cambio notable para un joven líder que, en contraste con su más tímido padre, el ya fallecido Kim Jong-il, parecía disfrutar sus apariciones en público.
Una interpretación más dramática es que Kim ha sido víctima de un golpe político y se encuentra bajo arresto domiciliario tras ser sacado del poder por miembros de la gerontocracia política y militar de Corea del Norte, alarmados por su tendencia a purgar a sus rivales políticos –con la ejecución de su tío Jang Song-taek en diciembre de 2013 como el ejemplo más notable– y su fracaso a la hora de generar prosperidad económica duradera.
Según esta teoría, altos miembros de la élite de Pyongyang estarían cada vez más descontentos por las cada vez más estrictas sanciones internacionales, pues han terminado limitando sus privilegios y en particular su capacidad para acceder los cada vez más escasos artículos de lujo.
O, alternativamente, la supuesta caída de Kim podría ser el resultado de preocupaciones en algunos círculos políticos por los aparentes fracasos de Corea del Norte en el importante juego de la diplomacia internacional.
Durante los últimos nueve meses una política errática, en la que se pasa de criticar duramente al gobierno de Park Geun-hye en Corea del Sur, a buscar acercamientos, no ha logrado producir dividendos para el Norte.
Ni en la forma de un aumento sustancial de la ayuda humanitaria, la reactivación del turismo en la zona de Monte Kumgang o un aumento dramático en comercio e inversión extranjera.
El gobierno del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se mantiene firme en su decisión de no responder a las provocaciones militares del Norte y el Norte no parece capaz de aprovechar su estatus nuclear para obtener concesiones diplomáticas o políticas significativas por parte de Washington.
Incluso China, el único aliado regional de Pyongyang y su garante en materia de seguridad, parece cada vez más irritado por la beligerancia de Kim.
Sin sucesor
Sin embargo, a pesar de todas las especulaciones sobre golpes o realineamiento de liderazgos, la evidencia circunstancial sugiere que Kim continúa al mando.
Los servicios de inteligencia de Cortea del Sur apoyan la teoría de que se está recuperando de una enfermedad y de que la decisión de limitar sus apariciones públicas es muy probablemente parte de un esfuerzo por mantener el aire de infalibilidad generalmente asociado con la dinastía Kim.
Si acaso, recientes aperturas diplomáticas son, muy probablemente, confirmación de que Kim continúa al frente de las decisiones políticas.
La visita sorpresa a Seúl de una delegación de tres personas, encabezada por el asesor militar de confianza de Kim –Hwang Pyong-so, vicepresidente de la Comisión Nacional de Defensa– y un exfuncionario de la poderosa pero poco conocido Departamento de Organización y Orientación, sugieren que Kim sigue en control.
Según reportes, Hwang llevó consigo un mensaje personal de Kim para el presidente Park y la visita tenía como objetivo abrir un nuevo espacio de diálogo entre el Norte y el Sur.
La iniciativa sigue a una apertura similar hecha en septiembre pasado en Naciones Unidas, cuando el secretario general Ban Ki-moon recibió una carta manuscrita de Kim, entregada por el ministro de Relaciones Exteriores Ri Su-young, en la que fue la primera visita de un funcionario de alto nivel de Corea del Norte a Naciones Unidas en 15 años.
La evidencia más fuerte en contra del escenario golpista, sin embargo, tal vez sea la falta de un claro sucesor para Kim.
Corea del Norte carece de una tradición de liderazgo colectivo que permita un transición política como la que siguió a la muerte de Stalin en la Unión Soviética en 1953, bajo Kruschev y Malenkov.
Y, más importante, la dominación de la dinastía Kim, y la dependencia casi exclusiva en el linaje familiar como base de legitimidad política, restringe el rango de potenciales remplazos a un puñado de opciones implausibles.
Los dos hermanos de Kim, por ejemplo, no son una opción, con uno de ellos en el exilio y el otro eliminado en razón de su carácter afeminado y su supuesta predicción por las anfetaminas.
La explicación más plausible para la ausencia de Kim es la de problemas de salud.
Se ha especulado que la hermana menor de Kim, Kim Yo-jong, podría remplazar temporalmente a su hermano, pero incluso de ser cierto, es muy poco probable que pudiera convertirse en una alternativa aceptable en una sociedad tremendamente sexista en la que no existen precedentes de una mujer en posiciones de liderazgo.
Por ahora, la explicación más banal de la ausencia de Kim es la más convincente: problemas de salud de una naturaleza no especificada lo han mantenido alejado del ojo público.
Y cuando regrese, si regresa, se pueden esperar mayores esfuerzos diplomáticos y una interacción renovada con el mundo exterior, combinados con períodos recurrentes de amenazas políticas y militares orientadas a demostrar que Corea del Norte sigue siendo una fuerza a la que hay que tomar en cuenta y un Estado al que no se puede ni ignorar ni dar por sentado.