Cuando un productor violó a la japonesa Rinko Nakajiri tras prometerle que grabaría un disco, la cantante, que entonces tenía 17 años, no lo denunció por temor a acabar con sus sueños de triunfar en la industria musical.
Veinte años después, esta ama de casa, que abandonó hace tiempo el mundo de la música, decidió afrontar sus miedos, alentada por el movimiento #MeToo, que denuncia la violencia sexual sufrida por muchas mujeres.
Esa campaña, que alcanzó varios países, apenas tuvo impacto en Japón, donde se suele animar a las víctimas de abusos sexuales a callarse.
"Es casi imposible hablar de esto en Japón", explica Nakajiri a la agencia AFP. "Hay un tabú terrible sobre la violación. La gente prefiere que se mantenga en secreto".
Esta madre de dos hijos recuerda que fue agredida "en un estudio, bien entrada la noche (...) y en numerosas ocasiones" tras esa primera vez. "Temía que mi carrera terminara si resistía o si hablaba de ello", confiesa.
Aunque los medios japoneses cubrieron el caso de Harvey Weinstein, un productor de cine estadounidense acusado de abusos sexuales por más de un centenar de mujeres, pocos periodistas trataron de investigar la existencia de casos similares en el país y casi ninguna mujer del mundo del espectáculo denunció delitos de ese tipo.
"Amenazas"
Ha-Chu, escritora y bloguera, es una de las excepciones. En diciembre contó haber sido acosada por un responsable creativo del grupo de publicidad Dentsu, Yuki Kishi, cuando trabajaba en esa empresa.
Kishi, que había creado su propia compañía tras abandonar Dentsu, pidió perdón públicamente y anunció su dimisión después de que varios medios de comunicación publicaran el testimonio de Ha-Chu.
En Japón, donde la sociedad sigue marcada por el patriarcado, denunciar ese tipo de violencia suele tener consecuencias.
Shiori Ito pagó un precio muy alto por contar su historia el año pasado. Esa periodista de 28 años acusó a un compañero de profesión de haberla drogado y violado en 2015 tras invitarla a una cena profesional.
Por haber publicado su historia en un libro titulado "Black box" (Caja negra), fue objeto de una ola de ataques en internet. "He recibido mensajes que me trataban de zorra, de prostituta", recuerda la periodista, que se expresó recientemente en la sede de Naciones Unidas.
"También he recibido amenazas y he temido por la vida de mi familia", dice Shiori Ito, que lamenta que aprovecharan un examen médico para someterla a un "interrogatorio" y denuncia la actitud de los policías, que le pidieron mimar su violación con un muñeco de tamaño real que representaba a su presunto agresor.
Ley centenaria
"No cabe duda de que el movimiento #MeToo hizo que algunas personas tomaran la palabra", asegura Sachi Nakajima, exvíctima de violencia conyugal y fundadora de la oenegé Resiliencia, que ayuda a las mujeres afectadas por los abusos.
Sin embargo, la historia de Shiori Ito "no provocó ningún cambio. No pasa nada, no se detiene a nadie, incluso en su caso", lamenta.
La policía esperó tres semanas antes de abrir una investigación, y el presunto agresor, que niega las acusaciones, no ha sido inculpado. Ito presentó una demanda civil contra él.
Sachi Nakajima critica la centenaria ley japonesa sobre los crímenes sexuales, que el Parlamento no había reformado hasta el año pasado, cuando aprobó ampliar la noción de violación y endurecer las sanciones.
En 2017, sólo un tercio de las denuncias por violación dieron lugar a juicios, y solamente 285 de las 1.678 personas juzgadas fueron condenadas a más de tres años de cárcel, según datos del ministerio de Justicia.
Y según un sondeo realizado por el gobierno en 2017, apenas el 2,8% de las víctimas de violación dijeron haber hablado con la policía, mientras que el 58,9% aseguró no haber informado a nadie, ni siquiera a sus amigos o familiares.
En Japón, "muchos hombres piensan que el cuerpo de las mujeres les pertenece", afirma Sachi Nakajima, que opina que en su país "la definición del consentimiento está totalmente tergiversada".
"Si usted va a una comisaría para denunciar un robo con allanamiento, nadie le dice '¿por qué no estaba en su casa en ese momento?'. Es tan absurdo como decir [a una mujer que denuncia una agresión]: 'seguramente la provocó usted'", se indigna.